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Editorial

Viernes, 19 de Abril de 2024

LOS COLECCIONISTAS DE LIBROS 

Hay por lo menos tres tipos de coleccionistas de libros. Esto, que siempre creí, lo he tenido claro después de leer la excelente novela “El coleccionista de libros” de Charles Lovett. 

La primera clase de coleccionistas la constituye el personaje de la novela: estudia, recopila, atesora, libros antiguos, cuanto más antiguos mejor, los reencuaderna, los embellece físicamente y si son de autores como Shakespeare mejor aún. Pero en realidad, no los coleccionan sino simplemente por su condición de antiguos, sin importarles mayormente su contenido sino su antigüedad y el nombre del autor. 

La segunda clase son los que incesantemente compran y compran libros, pero en su mayoría, nunca los leen. El placer es solo comprarlos, atesorarlos, guardarlos y exhibirlos en sus bibliotecas. Recientemente accedí a muchos libros de una persona que emigró de la Argentina y los dejó para el cuidado de un familiar mío muy cercano. Los libros parecen recién salidos de la librería. Tienen el clásico olor a papel fresco, nuevo, inmaculado, hasta con algunas de sus hojas pegadas que demuestra que no han sido nunca abiertos. Todo lo cual significa que no han sido leídos ni manipulados. 

La tercera clase, quizá sea la menos numerosa de la legión de los coleccionistas. Son aquellos, como lo he sido siempre, que le gustan coleccionarlos (ya desde mi niñez fui obsesivo en recopilar y leer todos los ejemplares de la Colección Robin Hood y de la Colección Austral), los compran (o se los regalan los amigos y familiares) pero inmediatamente los leen. No los abandonan en su biblioteca para exhibición propia o para lucimiento de los visitantes de su casa, sino que efectivamente los leen apenas los adquirieron. Es muy frecuente, y eso ocurre desde mi juventud, que cuando alguien viene por primera vez a mi casa y ve los miles de libros que he adquirido a través de toda mi vida, desde los diez años, me pregunte: “¿Los leíste todos?”.  “Claro que los leí todos, ¿si no para qué los compré y los tengo en mis bibliotecas y a la vista en todo momento?”, respondo. 

Un tema aparte es la otra pregunta que sigue invariablemente a la primera: “¿Y te acordás de todo lo que has leído?”. La respuesta es por supuesto negativa, es imposible acordarse de todo, hay libros cuyo contenido he olvidado casi completamente, y otros a fuerza de releerlos o porque me impresionaron mucho en la primera lectura, son inolvidables. Pero aún aquellos que fueron olvidados forman parte de lo que mi inolvidable maestro y amigo, el Dr. Jorge Saibene, me dijo un día, cuando yo apenas sobrepasaba los veinte años, al ver mis bibliotecas, que eran “el sedimento tan importante que siempre queda después de leer”. 

Carlos Canta Yoy